La Astrología y la relación Mente-Materia.
Autor: Alejandro Fau

“Lo que construimos en nuestras mentes no puede tener un poder dictatorial sobre nuestra mente, no puede cuestionarla, ni aniquilarla. Algunos de ustedes dirán, estoy seguro, que esto es misticismo. Así, aun reconociendo que las teorías de la física son siempre relativas, podemos afirmar, o así lo creo yo, que las teorías actuales de la física sugieren fuertemente la indestructibilidad de la Mente frente al tiempo.”
Erwin Schrödinger
Que el pensamiento nos modela cualquiera puede verlo si dirige una mirada hacia el espejo, o si simplemente contemplamos el rostro y el aspecto general de cualquiera que nos crucemos por la calle o, mejor aún, de alguien a quien conozcamos lo suficientemente bien para sacar nuestras propias conclusiones contrastándolo con su ideario. Aunque a partir de ello se han elaborado incontables teorías y algunas de ellas bastante absurdas, como la propuesta de Lombroso y su caracterología tipológica de la criminalidad según el aspecto de las personas, aparentemente sin tener en cuenta la genética, la etnia, etc., llevando así sus más íntimos prejuicios al respecto al campo de la criminalística. Pero más allá de estas exageraciones o justificaciones absurdas de nuestro accionar, nuestro pensamiento nos modela de modos muy sutiles a veces, y otras no tanto. Astrológicamente nos referimos al aspecto físico general de las personas basando nuestras impresiones principalmente en su signo ascendente, lo cual está bastante bien para vagas descripciones generales, ya que la energía del Ascendente nos erosiona de manera evidente al encarnar el modo en que la corriente de la vida impacta físicamente en nosotros modelándonos y sí, nos guste o no, terminamos teniendo cara de ascendente. Pero como evidentemente no hay solo doce tipos de cara en el mundo sino que son todas diferentes, cada una encarnará una variante particular del arquetipo que encierra este signo ascendente. Debemos pues, prestar singular atención a la Casa III y a su regente para refinar nuestro “retrato”, ya que al ser esta casa la representación del ámbito en el que discurre nuestra mente y la modalidad que adquiere nuestro pensamiento, tiene la cualidad y la capacidad de auto formarnos a su propia imagen y semejanza. Hagan la prueba. No importa mucho la formación académica que se tenga sino la sensibilidad que se posea. Se puede ser un erudito o tener progenitores realmente hermosos, pero si nuestros pensamientos son tristes, mezquinos, frustrantes o dolientes como una constante, nuestro aspecto será poco agraciado; y si éste inevitablemente es bueno por cuestiones puramente genéticas, nuestra expresión habitual de todos modos generará esa impresión en los otros.
El poder del pensamiento y el estado anímico son muy importantes en nuestro aspecto general y se ven reflejados, particularmente, en nuestro rostro. Hay una frase que todos los hombres tememos recibir como respuesta cuando un amigo o amiga quieren presentarnos a una candidata y preguntamos si es bonita: “Es muy simpática”. Esta respuesta desencadena la idea de que la persona en cuestión es bastante feita (muy poco agraciada) con lo cual, generalmente, declinamos la propuesta. La mayoría de las veces esto es un error. Si la persona es muy simpática, o alegre, o feliz de un modo habitual, su aspecto nos sorprenderá de igual modo que si encontrásemos un diamante en medio de un basurero. Generalmente nuestro concepto de la belleza es demasiado clásico, por no decir impuesto y demasiado estandarizado por los medios de comunicación masiva y las agencias de propaganda, mas debemos considerar la verdad que la belleza yace en el significado del algo y no en su forma. Muchos apelan al concepto de “belleza interior” para explicar ésto, y no es muy erróneo que digamos, ya que difícilmente podamos ver los pensamientos de una persona porque éstos yacen en su interior. El halo, o glamour, que envuelve nuestros cuerpos se encarga de transformar nuestro aspecto. Por ejemplo, imaginen o recuerden una boda o varias. Yo no he visto una novia fea nunca, salvo que ésta se case por obligación o a disgusto. Su radiante aspecto no es obra del maquillaje o de lo fastuoso del vestido, sino de la felicidad inherente que irradia de la novia. Del mismo modo es altamente difícil encontrar una persona “bella” en la sala de emergencias o un hospital, salvo en el área de la maternidad. La modificación o modelado de nuestro aspecto por nuestra mente es solo una muestra de la incidencia de nuestro pensamiento sobre la materia. Un caso paradigmático de ello puede verse también en el arte culinario. Todos hemos experimentado alguna vez la experiencia de saborear una sencilla comida casera y al preguntar qué se le ha agregado para dotar de tan exquisito sabor a un plato que a todas luces es muy simple, la invariable respuesta siempre es la misma: “Es que está hecho con amor.” No es modestia, sino una verdad meridiana. El estado anímico feliz y el pensamiento positivo son capaces de tornar en un manjar aquello que en otras circunstancias nos parecería insulso. No hay mejor cocinero, profesional o artista de cualquier clase, que aquel que ama su labor para darse en ella a otros.
La definición de Mente no se circunscribe solo al pensamiento o la capacidad de racionamiento, sino que también incluye nuestros sentimientos más profundos. La posición de Venus y sus aspectos también influye mucho en ésto. Nuestra capacidad de empatía con otro es fundamental para generar atracción o rechazo con un otro en cualquier caso, dirán, pero muchos se preguntarán qué tiene que ver Venus con el pensamiento. Olvidan, o no saben, que la Bella Planetaria es el regente esotérico de Géminis, símbolo global de la mente. La modalidad que adquiere una mentalidad venusina es con mucho muy superior a la que le aportaría solo un buen Mercurio, ya que se aplica a la comprensión de una idea (pensamiento inclusivo) y no puramente al entendimiento racional (pensamiento secuencial, lineal). Habrán oído alguna vez que una buena teoría científica debe ser no solo correcta racionalmente sino también elegante para que ésta sea realmente válida y efectiva. La mente de un gran genio es una mente elegante, pues es lo que la diferencia de una mente simplemente erudita cuya modalidad es solo Mercurio-Lunar, que acumula datos pero es incapaz de sintetizarlos en una nueva idea. Albert Einstein poseía quizá la mentalidad más elegante de su época. Esa cualidad que hizo que los más grandes y eruditos científicos de principios del Siglo XX cuando éste presentó su brillante Teoría de la Relatividad exclamar: “Es tan simple... ¡Cómo no se me ocurrió a mí!”. Claro, ellos habían estudiado mucho y habían calculado todo años antes, pero ninguno tenía la intuición y la sensibilidad necesarias para ver la armonía que las ecuaciones encerraban si se las asociaba. No se puede ser un gran matemático sin un Venus poderoso. Cuando no lo son, éstos son comparables a aquellos que dominan a la perfección un instrumento musical pero no logran transmitirnos ninguna emoción cuando lo ejecutan, su música es fría y desabrida, aunque técnicamente sea correcta.
Para plantear claramente la cuestión de la incidencia Astrológica en los hechos mundanos materiales, debemos abordar, al menos someramente, las distintas posturas que existen sobre la relación Mente-Materia en la ciencia y cultura actual. Trataré de abreviar, lo prometo, de todos modos quisiera aprovechar las vacaciones. Las dos más fuertes son las corrientes Dualista y Monista. La primera sostiene, con algunas variantes, que Mente y Materia son dos elementos por completo diferentes, la Materia propiamente dicha por un lado y la Mente, el Espíritu o Alma por el otro. Dichas posturas contienen, habitualmente, rasgos marcadamente religiosos en su concepción. La segunda, y la más apoyada por los científicos auto denominados “serios”, es que son lo mismo y compuestas, valga la redundancia, por lo mismo: solo Materia. Plantea que la Mente, la Conciencia y el Alma son producto de reacciones físico-químicas en la materia, una especie de humor de la putrefacción material del cerebro, un subproducto. Existe una variante del monismo, claro, en la que se sostiene que la única sustancia existente es la del Espíritu. Tal propuesta fue hecha por Baruch Spinoza y popularizada por Ernst Haeckel en el Siglo XIX, y aunque se asemeja a uno de los tipos de dualismo (el llamado Dualismo de Propiedades, que habla de la materia con propiedades no-materiales) basa su argumentación para-religiosa en que no somos un cuerpo que encierra un Alma, sino en que somos un Alma “materializada”, concepto que extiende a todo lo viviente, como las plantas y los animales en general, dejando aparte el tema concerniente a la conciencia considerándolo un producto evolutivo. Esta postura es fuertemente resistida tanto por la Ciencia “oficial”, que la considera como un concepto puramente metafísico del orden religioso, como por las religiones mosaicas que argumentan que solo lo humano posee un Alma. Aunque recordemos que hasta hace poco más de un siglo la Iglesia Católica Apostólica Romana solo consideraba al Hombre Humano Blanco como poseedor exclusivo de un Alma individual, ya que las mujeres y personas pertenecientes a una cultura o etnia diferente no la poseían y eran comparables a los animales, por lo que era lícito aprovecharse de ellos para mayor gloria de Dios.
En los vínculos que se establecen entre Mente y Materia subyacen dos cuestiones centrales que son temas que evitan tratar tanto los científicos materialistas y los deterministas, como los llamados astrólogos predictivos. Son la Libertad y la Individualidad. Según ellos, las leyes naturales determinan por completo el curso que sigue el mundo material. Los estados mentales –y también por tanto la voluntad humana– serían, en virtud de ello, estados materiales, o digamos diferentes estados de la pudrición cerebral o sus humores. De modo que la voluntad y el actuar estarían completamente determinados por las leyes naturales de causa-efecto. Algunos, principalmente los astrólogos predictivos producto de su deficiente formación académica supongo, llevan la argumentación un poco más lejos: las personas no pueden determinar por sí mismas lo que quieren y hacen. En consecuencia, no son libres ya que actúan de acuerdo a la denominada en Astrología como Teoría de la Influencia (esto es que los Planetas nos arrojan algún tipo de “rayitos” y nos hacen ”cosas” por simple capricho), y razón de ello es que puede predecirse lo que les sucederá en consecuencia. El Yo individual carece de sentido en este contexto, ya que el ser humano sería comparable a una compleja máquina producida en serie que actúa según instrucciones ya pautadas. En fin, creo que podemos encuadrarlos en algunas psicopatologías ya bien definidas en el mejor de los casos, o simplemente en el marco de algún tipo de accionar delictivo ya que no solo en ignorancia.
La interacción entre Mente y Materia (o entre la Energía Planetaria-Zodiacal y el correlato de sucesos producidos) está mediatizada y condicionada por la voluntad y el grado de consciencia individual o grupal existente. Esto es lo que se conoce en el lenguaje religioso como “Libre Albedrío”, y si bien podemos hablar de cierto condicionamiento dado por la cualidad particular de la energía en juego, somos nosotros quienes decidimos (conciente o inconcientemente) el cómo emplearla. Digamos que si nos dan destornilladores solo podremos colocar o quitar tornillos y no aserrar madera con ellos, pero somos nosotros quienes decidimos que tornillos quitar o dónde poner los nuevos. Así es como la Astrología Humanista toma esta paradoja asumiendo que Determinación y Libre Albedrío suceden de un modo simultáneo sin contradecirse en ningún momento, y si bien podría pensarse que dicha afirmación se corresponde con el Dualismo del Paralelismo Psicofísico propuesto por Wilhelm Leibniz en el Siglo XVIII (en el que mente y materia se corresponden con sustancialidades enteramente diferentes pero que no interactúan entre sí sino que siguen procesos paralelos y sincrónicos) no tiene nada que ver con ello. No solo los filósofos o los místicos se han ocupado de estas cosas. Erwin Schrödinger, autor de la cita que aparece en el principio de este artículo, reflexiona en su libro “Mente y Materia” (1950) sobre estas cuestiones preocupado como estaba por el destino del Alma luego de la muerte física. Su interés no era místico-religioso en modo alguno como cualquiera pudiera pensar leyendo sus reflexiones, que entre otras cuestiones sostenía que solo hay una Mente (un Alma o un Espíritu) del que todos participamos interna e individualmente, sino que su interés era puramente científico. Recibió en 1933 el Premio Nobel de Física por el descubrimiento de la ecuación que describe el comportamiento de los electrones, los átomos y las moléculas, aunque Einstein dijo de él en su momento, ironizando y sintetizando su pensamiento: “En el principio Dios creó a Schrödinger y éste su famosa ecuación. Luego Dios tomó la ecuación de Erwin, y construyó con ella al Universo.” Pero no nos dispersemos.
Podemos ver que la relación entre Mente y Materia y la posición individual que tengamos al respecto, no son un tema menor sino muy importante para comprender el modo en que cada uno vemos la Astrología y en el cómo la aplicamos. Lamentablemente es habitual que las personas no se detengan a reflexionar tanto sobre ésta como otras cuestiones de manera seria y consciente. Este tipo de temáticas, en apariencia puramente filosóficas, debieran ser una parte importante en la formación de cualquier astrólogo, ya que definirá su postura no solo respecto al cómo ejercerá su profesión y su visión de ella de modo global, sino también el cómo se relacionará la persona con sus iguales y qué concepto tendrá de ellos. Cierto es que a causa de esta falencia la mayor culpa del desprestigio que sufre la Astrología proviene de los que se llaman a sí mismos Astrólogos y de su paupérrima formación a todo nivel. Incluso conozco algunos que no tienen ni remota idea de cómo se calcula un mapa natal o el por qué se hace de esa manera, y que si no existiera un software informático que lo calculara por ellos deberían dedicarse a vender cerillas en andenes de los ferrocarriles como máximo efecto de su supuesta “iluminación”. La formación de un nuevo Astrólogo es un tema delicado, ya que implica una gran responsabilidad. La ausencia de una formación previa es preferible a una sobre la que la persona no tenga un recuerdo claro o que éste sea confuso o, por cierto peor aún, equivocado. Desgraciadamente estos constituyen mayoría, y así es como están las cosas.
Para terminar, quisiera invitarlos a reflexionar sobre su propia postura respecto de éste tema. ¿Creen ustedes que Mente y Materia son una misma cosa o son asuntos separados? ¿Si son separados, se relacionan entre sí o no? ¿Tu Mente, o tu Alma, es diferente de tu Cuerpo? Haz la prueba, anota tus respuestas y reflexiona sobre lo que éstas implican mientras miras tu mente y tu rostro en un espejo. Probablemente te sorprenderás, y sabrás algo más de ti.